Crítica de Amores locos


Traumas encadenados 1 2 3 4 5
Escribe Gloria Benito

Cartel de Amores locos

Amores locosTras Quiéreme (2003) vuelve el gallego Beda Docampo Feijoo con esta producción que ha sido seleccionada para la Sección Oficial del Festival de Cine de Málaga. Se trata de un guión bien compuesto y con una estructura narrativa sólida, que desarrolla un argumento aceptable en el que se establece un doble juego temporal y espacial como marco del conflicto interior de los personajes. La historia gira alrededor de Julia (Irene Visedo), cuidadora del Museo del Prado y enfermizamente obsesionada con el contenido de una pintura flamenca del siglo XVII. Ella cree ser el personaje femenino que, de espaldas al espectador, toca el piano mientras escucha a su profesor de música, también de espaldas. El día que Enrique (Eduard Fernández), maduro psiquiatra, visita el museo, Julia completa su fantasía al identificarle con la misteriosa figura del profesor del cuadro. A partir de ahí, cada personaje despliega las facetas ocultas de sus respectivas personalidades. El psiquiatra ve la ocasión para analizar a una paciente enajenada por un deseo morboso, transformándola así en espacio de estudio e indagación. Él se convierte en el escuchador, en el observador de la mente y del corazón, en el buscador de síntomas, en el desvelador del misterio emocional y, finalmente, en el que formula el diagnóstico y la solución final. Desenlace nada sorprendente y plagado de tópicos psicoanalíticos que parecen sacados de un libro de autoayuda, con lo que se resuelve un conflicto complejo, sugerente e inquietante de una forma demasiado simple. Pues es el llanto liberador lo que justifica la explosión sentimental, y la aceptación del dolor real lo que cura la ficción enfermiza.
Amores locos
Los elementos narrativos que configuran el argumento tienen su correlato formal en un uso coherente del espacio y espacios en que se mueven los personajes. Así se establece una dualidad contrastiva entre ambientes interiores y exteriores, que se corresponden con los dos tiempos en que se desarrolla la historia. Los lugares urbanos, las calles de la urbanización donde Enrique visita a su ex-mujer y a su hija hacen referencia a hechos del pasado, secundarios y poco relevantes. Los espacios interiores, al contrario, son recargados, barrocos y asfixiantes como lo es la habitación de Julia, concebida como un nido o refugio, a semejanza el cuadro donde están atrapados a los personajes. De este modo, el argumento desarrolla la historia como frontera entre dos mundos: el "allí" y el "aquí", el "entonces" y el "ahora", el pasado y el futuro. Así que la coherencia de las situaciones administra con eficacia el tempo y el tiempo narrativo, con lo que la amenidad del relato está asegurada. Pero lo que es válido para acentuar el valor simbólico de los formantes de la narración deja de serlo si atendemos a la verosimilitud de la historia. Pues existe cierta discordancia entre el dramatismo de las secuencias y el tono coloquial de los diálogos, rompiéndose así la necesaria adecuación entre actuación y escena, entre gesto, palabra y espacio. Un filme que cuida más el lenguaje teatral que el fílmico y cuyos resultados no son los deseados a pesar de contar con un plantel de actores ante los que hay que descubrirse, aunque Eduard Fernández no sea el mejor de ellos.


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