Crítica de En tierra hostil


La mala educación 1 2 3 4 5
Escribe Ángel Vallejo

Cartel de En tierra hostil
Así pues, y visto lo visto, parece que nos encontramos ante la revelación cinematográfica del año, de unánime aplauso en su exposición y alabada por su original y firme pulso narrativo, la tensión contenida y la veracidad de su retrato sobre el conflicto bélico de Irak.

Con tales muestras de efusión y entusiasmo, uno no puede menos que sentirse predispuesto a disfrutar de dos horas de buen cine cuando entra a la sala, aunque no pueda silenciar del todo el gusanillo de la conciencia que advierte sobre el exceso de relamida alabanza, de aprobación incontestable sobre un tema tan discutible y difícil como la ocupación de la antigua Mesopotamia por un invasor ávido de riquezas y emociones fuertes, pero de más que dudosa catadura moral.

Revisando cada uno de los argumentos en pro de tan celebrado relato, encontramos uno muy reiterado que pretende dar explicación al fenómeno: la película no se implica en las causas que llevaron a los soldados a Irak; pretende simplemente mostrar el día a día de los guerreros, en este caso, el de un grupo de artificieros del ejército de los Estados Unidos.

Eso mismo debiera hacer saltar todas las alarmas, dado que no parece posible que cualquier tipo de mirada pueda soslayar la carga moral y política de un acontecimiento tan desgarrador como la guerra. Sencillamente y como diría Aristóteles no sin razón: el ser humano es un animal político, así que si deja de ser político, desde luego ya no puede considerarse humano y se queda simplemente en animal. En todo caso, lo más parecido sería un esclavo, aquel que obedece órdenes sin rechistar o que desarrolla su trabajo sin cuestionar sus implicaciones.


En tierra hostil
Evidentemente, esa no parecería la tarea de cualquier intelectual, por nimio que fuese, y creo que una directora de cine puede incluirse dentro de esa categoría.
Podemos entonces establecer dos conclusiones, no necesariamente excluyentes: o la pretendida neutralidad moral de la película es una impostura, o en absoluto la señora Bigelow se propuso conseguirla en su trabajo.

Al cabo de una hora de proyección, las sospechas se confirman, y las alarmas han dejado de sonar: ya sabemos que hay fuego y las llamaradas son tan evidentes que no es necesario atormentar los oídos ni la conciencia: la película es un panfleto indecente.

¿Cómo hemos llegado a semejante conclusión? Hagamos una pequeña lista:
-La cita introductoria viene a decir que la guerra es como una droga, puesto que la adrenalina que produce genera adicción. Eso está bien. Ahora, ponerse hasta el cogote de cocaína o anfetaminas está mal, no vayamos a confundirnos.
-El comportamiento de los insurgentes es siempre mezquino, cobarde y rastrero, no dudan en poner en peligro a civiles y actúan desde la distancia y el anonimato.
Ahora bien ¿Quiénes son los insurgentes, los que bombardean desde las alturas o los que accionan un teléfono móvil para hacer estallar una bomba? La película lo tiene muy claro: son estos últimos y nadie más.
-Hay algunos soldados que no son capaces de matar más que desde la videoconsola, y cuando se enfrentan a una situación real, no dan la talla. Su irresponsabilidad produce muertes. Sólo se es un verdadero soldado cuando se mata, mientras tanto se es un apocado, un pichafloja. Consecuentemente los oficiales que no matan, sino que curan (médicos psiquiatras en este caso), sólo están en la guerra para estorbar.
-Los insurgentes no tienen sentimientos y matan niños inocentes. Los soldados norteamericanos se hacen amigos de esos niños y sí los tienen (incluso lloran, leñe).
-Hay personas que nacen para la guerra y la acción, y la vida civil los acogota, los abruma, los aburre. A estas personas, que abandonan a su familia y sus hijos para ir en busca del peligro, que prefieren desactivar bombas de modo temerario poniendo en peligro a sus compañeros no se les llama psicópatas, sino aventureros y eventualmente, héroes.
- Una vida normal en los Estados Unidos de América consiste en saber elegir entre doscientas marcas de cereales. La única opción que queda ante tal absurdo consumista, es ir a la guerra.

Así pues llegamos a la idea, que quizá pudiera inducir a la equivocada conclusión sobre la neutralidad del punto de vista, de que la guerra es así de cruel y que necesita de individuos curados de espanto para llevarse a buen término. Nadie la desea, pero resulta que la guerra está ahí y yo la muestro en mi película.

En tierra hostil
Pues bien, para ese viaje no eran necesarias tales alforjas: no eran necesarias dos horas de metraje generalmente aburrido, reiterativo y sólo ocasionalmente tensionado.
Hace falta mucha más valentía de la demostrada por Bigelow para hacer una película supuestamente “neutral” que presumiblemente no hubiera recibido tantos apoyos, entre ellos, la de hasta tres organizaciones estadounidenses en apoyo de los héroes de guerra mutilados o muertos.

En las antípodas de semejante panfleto, una película menor pero más atrevida, En el valle de Elah, mostraba una realidad más incómoda sobre los soldaditos norteamericanos en Irak o cualquier otro conflicto moderno: No es que ellos fueran así, es que así los hemos educado; hemos mandado a niños a hacer trabajos ingratos, les hemos enseñado a matar, a resolver problemas disolviéndolos en fuego y sangre, y luego no son capaces de hacer otra cosa. En el valle de Elah era una muestra de la mala conciencia estadounidense para con sus soldados, aunque no se cuestionara la invasión y saqueo de Irak.

En tierra hostil es simplemente una afirmación de carácter, un espaldarazo a los chicos que defienden “las libertades” aún a costa de su propia esclavitud, sumisión, adicción y obediencia.
¿Qué tiene pues de destacable semejante engendro?
Sencillamente, un alto grado de realismo (que no de veracidad) sustentado en los avances tecnológicos de la industria. Pueden acaso salvarse dos escenas: la de los francotiradores en el desierto y la desactivación del hombre bomba. Todo lo demás es prescindible, olvidable y como ya he dicho, recurrente.
Kathryn Bigelow, la directora de En tierra hostil
Cinematográficamente, poco más: Kathryn Bigelow consigue transmitir en ocasiones la sensación de que cualquier cosa puede pasar utilizando un recurso novedoso: mata a estrellas de primer nivel nada más aparecen en pantalla, con lo que se supone que los desconocidos actores que encarnan a los personajes principales pueden desaparecer en cualquier momento.
Sin embargo el recurso está mal explotado: sencillamente los personajes centrales son actores desconocidos, pero siguen siendo centrales; para conseguir el efecto deseado, debiera haber centralizado a los secundarios o descentralizado a los principales. La conclusión es que la película no se sostendría si muriese uno de los protagonistas, con lo que el mencionado recurso no pasa de ser un intento fallido.
Si acaso, puede motivar un tanto el saber a qué demonios se refiere el título original: To send someone to The hurt locker, algo que traducido literalmente significaría “enviar a alguien al armario del dolor” es una frase en jerga militar que viene a decir algo así como “enviar a alguien a ser reventado por una bomba” que es lo que hacen los desactivadores.
Hecha esta puntualización, creo haber podido contribuir con esta reseña al menos a ahorrarles el trabajo de buscar ese significado. De nada.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Crítica de Mi nombre es Khan

La Filmoteca. Programación del 3 al 8 de marzo de 2020

Crítica de Fama