Crítica Los hombres que miraban fijamente a las cabras


La borra del café 1 2 3 4 5
Escribe Ángel Vallejo


Cartel de Los hombres que iraban fijamente a las cabras

En las antípodas ideológicas del tristemente oscarizado panfleto sobre Irak, se asoma a nuestras pantallas un producto menor, pero entretenido, que puede aligerar un tanto la resaca de autoindulgencia yanki que nos sacudió hace unas semanas.

Es bien sabido por los aficionados a tales excesos etílicos, que un buen remedio para el atontamiento general que producen los mismos suele ser un pequeño sorbo de alcohol acompañado por una buena dosis de café. Atendiendo a esos principios, me permito recomendar esta comedia que quizá de no ser por esas circunstancias hubiera pasado sin pena ni gloria por nuestras pantallas.

Y lo curioso es que no tendría por qué pasar desapercibida: con un reparto más que notable de actores, enfants terribles de la industria medianamente entrados en años como George Clooney, Jeff Bridges, Kevin Spacey o el benjamín de los gamberretes Ewan Mc Gregor, la película debiera contar con suficiente aliciente como justificar su elección. Si además consideramos que ha sido dirigida por uno de los coautores de Buenas noches y buena suerte, el por el momento poco conocido Grant Heslov, la cosa parecía prometer compromiso, humor y crítica a partes iguales.

Los hombres que iraban fijamente a las cabras
Pero resulta que el alcohol que nos vende es de muy baja graduación y el café está aguado, con lo que la resaca sólo se evapora a medias.

Es cierto que Los hombres que miraban fijamente a las cabras trata sobre el ejército estadounidense, la guerra de Irak y los chanchullos de las administraciones norteamericanas, pero de un modo tangencial, vaporoso, como mera excusa para contar una historia pretendidamente basada en hechos reales (yo he visto documentales sobre el tema que entrevistaban a los protagonistas, con lo que puedo dar fe de que tales proyectos existieron). Eso de por sí no es bueno ni malo, y no cabe apuntar en el debe de una película norteamericana que no hable sobre los conflictos recientes del mismo modo que no debemos reprochar a una película española que no hable sobre la guerra civil. Lo que sucede es que la cosa no pasa de la mera anécdota y del chiste fácil. Se les presupone a Clooney y sus secuaces mucha más ironía y mucho más talento como para tratar un tema tan fecundo. Simplemente se nos queda la sensación de haber saboreado una cerveza desventada, sin chispa.

Los chistes sólo funcionan en un espléndido primer tercio de la película, hasta que decaen junto con la trama a niveles casi de bostezo vespertino y dominguero. La pretendidamente original ocurrencia de homenajear a La Guerra de las galaxias por medio del recurso Jedi, se queda en la simplemente afortunada elección de Mc Gregor para el papel, dado que fue el interprete de uno de los míticos caballeros.

No hay que negar que la película goza de momentos magníficos, que de vez en cuando el trago de café bien caliente consigue despejarnos y la lucidez que otorga la cafeína se deja sentir en el metraje, sin embargo uno tiene la sensación cuando lo saborea, que no es de lo mejor que ha probado. Sucede como cuando hacemos café recolado: casi todo lo sustancial se quedó en una versión anterior.

Se ha querido comparar esta película con una realización de los Coen. La metáfora que empleamos, está mal que yo lo diga, ha sido bien traída en ese sentido: esta película es un recolado de la borra del café de los Coen; tiene un aire de familia, un cierto aroma y el mismo aspecto (Clooney y el estupendo plantel de actores), pero no tiene ni la intensidad ni el sabor del original.


Los hombres que iraban fijamente a las cabras
Con todo, no puede pasarse por alto como remedio, no debe excluirse como terapia y no debe rechazarse como perjudicial: garantiza un buen rato, cierta dosis de risas y además atesora un valor incunable: siempre es mejor amar al prójimo que liquidarlo.

Para la resaca, quizá lo mejor sea Green Zone, tal y como nos recomienda Carlos Losada.


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