Tiempo en fuga


“…estas imágenes llevan inscritas
la necesidad de ser vistas una
y otra vez; es inconcebible
que un público del momento,
lo mismo que un público actual,
pudiera considerar haberlas
visto definitivamente después
de una única visión
.”

web Ed. Cátedra
Noël Burch

El Tragaluz del infinito
(Cátedra, 1999, p. 34)



Desde los inicios del cine, siembre han maravillado las alteraciones que, sobre la realidad, provocaba esa máquina de filmar. Bueno, esos aparatejos que servían para tomar un gran número de fotografías consecutivas. La velocidad con que se sucedían dependía e la celeridad con que se girase la manivela que sobresalía en un lateral de la cámara. Y lo mismo ocurría al proyectarlas. Por ejemplo, cuando el maquinista, por un instante embobado viendo entrar a una bella damisela en el Salón Indio, desaceleraba el ritmo de giro de la maquinaria y, por ende, el de la sucesión de fotogramas proyectados. O cuando, también por azar, algún despistado invertía el orden de giro. Entonces ser veía cómo lo andado se desandaba, lo que había desaparecido volvía a aparecer o lo que estaba hecho se deshacía. Y viceversa, como vemos en Démolition d´un mur (1896). Fragmento de escasa duración en el que los hermanos Lumière se maravillaban ante las imágenes. En concreto, las de la filmación en que vemos a unos hombres, equipados con picos y palas, tirando abajo el muro de una casa. Filmación que, rebobinando del final al inicio, daba la impresión de que el esfuerzo había sido en balde. ¡Magia! Lo imposible en la realidad ―que un muro derruído retornase, sin intervención humana, a lucir robusto―, era factible en el mundo de las imágenes.

Démolition d´un mur, Auguste y Louis Lumière





Estamos ante los inicios del cine. Los Lumière y Méliès apenas empezaban a tantear las posibilidades del cinematógrafo. Por delante quedaba todo un campo de experimentaciones, manipulaciones y distorsiones. Tanto de las imágenes en sí, como de la concatenación de las mismas. Porque, al fin y al cabo, el cine es suma de imágenes, fotografías, planos… Tiempo. Un fotograma detrás de otro. Y otro más. Y otro… Tantos como páginas tenga la enciclopedia británica. Al menos, así lo concibe John Latham cuando, en 1971, realiza Brittanica. En apenas seis minutos, Latham fulmina el solemne icono de la lengua inglesa. ¿Proeza? Apenas hemos tenido tiempo siquiera para atisbar el contenido de las páginas. Pero las hemos visto. Una tras otra. De principio a fin, el contenido de esta inmensa base de datos ha sido aprehendido por Latham y re-transmitido. La aprehensión, que de todo ello pueda hacer el espectador, es una cuestión de tiempo.

Brittanica, John Latham




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