Crítica de Fantástico Mr. Fox

Divertida salvajada 1 2 3 4 5
Escribe Ángel Vallejo
Fantástico Mr. Fox

Esta adaptación del cuento de Roald Dahl produce sentimientos encontrados. Por un lado, es inevitable reconocer su atrevimiento técnico y su gracia: en una época en que lo más fácil es recurrir al ordenador para elaborar entretenimiento en 3D con rostros que a veces resultan casi clónicos, Wes Anderson se decanta por el clásico stop motion en su variante más tosca (12 animaciones por segundo en lugar de 24) en lo que no se sabe muy bien si es un ejercicio de autoafirmación estilística o boutade esnobista. El resultado es algo muy alejado de por ejemplo, la exquisitez de movimientos de Los mundos de Coraline o La novia cadáver, por citar sólo dos ejemplos recientes realizados por alguno de los animadores de Mr. Fox, pero que no desmerece un resultado compensado por la excelente fotografía, los magníficos decorados y el grado entre caricaturesco y realista de las marionetas del film.

Fantástico Mr. Fox

La elección del stop motion no parece casual; lo cierto es que Anderson estaba muy ilusionado (por no decir obsesionado) por llevar a cabo una especie de homenaje a uno de sus filmes de animación favoritos, Le Roman de Renard (El Cuento del Zorro, de Ladislas Starevich, que utilizó marionetas fabricadas con auténtica piel de animales), y de paso rememorar los gratos momentos que Roald Dahl le hizo pasar con el primer libro de su infancia. Así que con esa especie de tozudez de niño prodigio mimado por la industria, llevó a cabo su empeño plasmando esas sincréticas obsesiones en un proyecto que tiene más de capricho cinéfilo que de obra planificada y madura.

Fantástico Mr. FoxA tal conclusión se llega cuando, tomando un poco de distancia sobre el filme, que sin duda tiene su encanto y se deja ver sin esfuerzo, hacemos por situamos en la perspectiva de un niño que la contemplase: podemos imaginar que muchas de las andanzas del señor zorro le resulten incomprensibles, más centradas en una vida familiar un tanto desabrida y en un egocentrismo rampante que en las aventuras que se presuponen a un film para niños. Este es un hecho que no tiene porqué anotarse en el debe de una película que quizá fuese destinada a un público adulto y sólo fuese infantil en apariencia. Pero resulta que desde la perspectiva de un adulto se torna igualmente inane: prueben a trasladar el argumento a una película convencional e intenten imaginarse que pensarían de algo tan simple como reiterativo.

No, Wes Anderson no consigue su propósito de construir un entretenimiento dual: retoma de nuevo el papel de cineasta pretendidamente apologético de ciertas facetas de la personalidad humana (personajes inadaptados, crípticos, en ocasiones psicóticos) que tan desiguales resultados le ha dado en sus anteriores películas y esta vez no pasa de elaborar un relato confuso: no sabemos si el hijo de los protagonistas da pena o produce rechazo, si su sobrino es un pedante insufrible o un exquisito adolescente, si el señor zorro pasa de ser un inconsciente a un héroe o es un héroe que acaba derrotado por un consumismo inconsciente (en ese sentido, las escenas finales del filme resultan como mínimo poco edificantes, pero quizá tampoco Anderson busque moralizarnos en absoluto). Lo cierto es que entre tal desequilibrio argumental dudamos mucho que pueda sacarse algo en claro más allá de ocasionales chistes afortunados.

En una palabra, que la película satisfaga a los niños que busquen tan sólo un poco mas que simples persecuciones y animales parlantes o a los adultos que entre tanta refriega busquen un guiño de complicidad.

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Obtener ese equilibrio es dificilísimo; quizá Anderson no lo consigue porque ha dejado en parte de ser un niño pero no llega todavía (ni falta que le hace) a ser un adulto. Lo curioso, lo paradójico, es que hallándose como se halla entre esos dos mundos no pueda alcanzar a mostrar la perspectiva privilegiada que los concilie, sino a presentar un pastiche de sensaciones no siempre desafortunadas e incluso en ocasiones verdaderamente ocurrentes, pero que dejan una sensación de superficialidad poco acorde con el prestigio de su director, y sobre todo, con el del literato en cuya obra se ha inspirado para llevar a cabo esta obra.

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