Crítica de Dos hermanos

Argentinismo cajetilla 1 2 3 4 5
Escribe Juan Ramón Gabriel

Dos hermanos

Como un rendido homenaje y un sentido tributo al lugar más común asociado a la idiosincrasia argentina discurre, por entre las tranquilas aguas de la nostalgia satisfecha, la última película de Daniel Burman. Tan remansada es la corriente en que mece el director su relato, que provoca una deriva en el rumbo del mismo. La hipertrofia detallista, tanto en la descripción pormenorizada y objetivista del espacio exterior que rodea a los personajes, como en el cumplido seguimiento de sus más mínimos gestos y palabras, indicios de sus estados anímicos y subjetivos, no consigue el objetivo de dotar de atmósfera emocional a lugares ni a personas. Este afán descriptivo, remarcado estilísticamente a través de la abundancia de planos medios, de detalle y primeros planos, es el mayor logro del director, convirtiendo los primeros veinte minutos de la película en lo mejor de todo el metraje.

Dos hermanosPero cuando la introducción presentadora y elíptica se agota, dando paso al núcleo explícito de los indicios diseminados, el relato también da muestras de estar exhausto, siendo incapaz de imprimir un rumbo en medio del estancamiento generalizado. De ahí, que todo lo que sigue sea un deshilvanado rosario de secuencias añadidas y acumuladas, sin ningún tipo de mesura dramática , mantenidas a flote gracias a la supuesta tensión que se desata entre los dos hermanos protagonistas que dan título a la película y gracias al buen hacer de dos pesos pesados de la escena argentina.

Sin embargo, la labor de los actores es incapaz de trascender una historia inane, mal hilvanada, que se regodea en la exhibición del carácter de los personajes, a todas luces insuficiente para insuflar aire en una arboladura tan exigua.

Carentes de sustancia, los actores parecen intentar rellenar el vacío de sus personajes y del guión con toda una exhibición del prestigio actoral asociado a sus nombres propios en el mundo del espectáculo argentino. Es decir, Antonio Gasalla hace de Antonio Gasalla, y Graciela Borges despliega el oficio atesorado como Graciela Borges a lo largo de su medio siglo de carrera.

Así pues, el espectador que no comparte este código familiar y nacional, que no participa del cogollito argentino, se ve irremediablemente expulsado de la película. Sólo le resta contemplar, pacientemente, las ocurrencias que van desfilando por la pantalla.

Apreciamos el temperamento vampírico de la arpía Susana Garmenier (Graciala Borges), magníficamente caracterizada como una especie de Cruella de Vil, especuladora inmobiliaria y especuladora con la vida de los demás, en especial con sus propios perros dálmatas, en este caso concreto con el apacible, bonachón y generosamente resignado Marcos (Antonio Gasalla), el hermano que ha sacrificado su juventud y su vida al cuidado de su madre, impasible orfebre que ha incluso asumido la profesión de su progenitor, alma contraria en todo a su despiadada hermana. Para más inri, tal como su caracterización externa prefigura, es un homosexual escondido en el fondo del armario, con veleidades artísticas y bohemias (realizó en su juventud el preceptivo viaje a Europa que todo argentino que se precie debe cumplir), que tras la muerte de su madre y a pesar de la larga garra de su hermana, encontrará una oportunidad para realizarse tanto profesional como personalmente: hallará en el director de una compañía de teatro amateur el alma gemela gracias a la cual desplegará todos sus valores ocultos.

Como ejemplo de la deriva estructural del relato antes mencionado, cabe resaltar la sub-trama que representa todo lo relacionado con esta compañía teatral, cuyo director quiere montar una adaptación sui géneris de la tragedia sofoclea Edipo Rey, con la particularidad de que la figura femenina de Yocasta no debe aparecer en ningún momento.

Dos hermanosPodría haber utilizado Burman esta sub-trama como una especie de mise en scène desde la cual “especular” sobre su propia representación e, incluso, sobre la teatralidad innata a lo argentino, pero ni mucho menos los tiros van por ahí, tal como se constata en las secuencias que acompañan la clausura del filme durante la proyección de los títulos de crédito: la compañía que ha interpretado la obra de Sófocles esboza una especie de pequeño musical así, sin más, para mayor lucimiento y gloria de Antonio Gasalla.


Esto es, el director apuesta por la validez y modernidad de un teatro no ya sólo convencional, sino rancio, clásico por comercial, comercial por alimentar el gusto más popular del público argentino: algo así como una apología de Lina Morgan o de Arturo Fernández.

Complementaria a este guiño auto-satisfecho de los valores porteños más acrisolados y tópicos, es la omnipresencia, en las secuencias en que los protagonistas miran la televisión, del programa “Almorzando con Mirtha Legrand”, verdadero monumento intemporal de los gustos incólumes del público argentino.

El director no pretende evidenciar ninguna crítica a esta cosmovisión acendrada de su patria, sino que homenajea a una psicología y a un temperamento nacional con los que se muestra no sólo comprensivo, sino incluso deudor: los asume.

Dos hermanos

Esta elección, esta asunción de una tradición y un modus vivendi estereotipado no son la causa y el problema del sentimentalismo desmedido, del histrionismo desaforado y del lugar común enaltecido en los que desemboca finalmente su estática corriente cinematográfica, sino el no haber sabido darles un tratamiento adecuado y digno si en verdad su admiración hacia ese microcosmos era sincera.

La escena final es todo un compendio sintético del fracaso del filme (los dos hermanos reconciliados, cogiéndose la mano en mitad del crepúsculo, frente al amplio estuario del río): de tanto insistir en el lugar común, la metáfora se ha gastado, deviene hueca, retórica e inerte. Muerta, como la película.

NB: cajetilla: Arg. Hombre presumido y remilgado.



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