Crítica de Anvil. El sueño de una banda de rock

Metal sobre metal… 1 2 3 4 5
Escribe Ángel Vallejo


Anvil

En 1984, Rob Reiner, un director novato destinado a convertirse en referente del mainstream acaramelado y topicista, sorprendió al mundo con un debut que a la postre se convertiría en su mejor película: This is the spinal tap, falso documental sobre una inexistente banda de rock que más que tener tratos con el maligno parecía deberle la hipoteca: toda su vida era un desastre, dentro y fuera de los escenarios. El documental tuvo tal éxito que la banda se constituyó de veras e incluso acabó realizando giras con notable repercusión.

Nadie sabe a ciencia cierta hasta qué punto imita la realidad a la ficción, pero por aquellos años daba sus primeros y firmes pasos otro grupo de melenudos cuya historia no sólo asemejaba un calco de la primera, sino que además parecía guardar secretas afinidades entre los miembros que la componían y el realizador del falso documental: uno de los líderes de Anvil, que así se llamaba la banda, respondía al nombre de Robb Reiner.

Ni siquiera el viejo Robb, contrapartida seria, razonable y equilibrada del apasionado e ingenuo colíder Steve Kudlow, su amigo de toda la vida, podría creer allá por los años 80, cuando Anvil llenaba recintos deportivos junto a gente como Scorpions o Bon Jovi, que su suerte iba a torcerse hasta el punto de verse con cincuenta años realizando chapuzas para poder sobrevivir, y aspirando musicalmente a llenar el local del barrio con viejos heavies casi desdentados cuya aportación a las vetustas arcas de Anvil apenas podía sufragarles las cervezas.

AnvilEste nuevo documental, cuyo realizador (Sacha Gervasi, guionista de La Terminal, de Spielberg) fue fan de Anvil durante sus primeros y exitosos años, parte desde ese agónico punto, en un momento en que la banda está a punto de comenzar un european tour por varios países, entre ellos España (el espectador atento reconocerá en una secuencia la arquitectura de la Estación del Norte de Valencia, en sus exteriores recayentes a la calle Bailén) y muestra las vicisitudes de toda banda de rock emergente y menor que quiera alcanzar la fama, con la particularidad de que Anvil lleva más de treinta años intentando conseguirla.

La gira, que constituye un verdadero fiasco no exento de gracia a la manera de spinal Tap, se hace eco también de momentos muy tensos, lo cual no hace sino recordarnos que no se trata de una ficción humorística, sino de un biopic hiperrealista que desmonta el mito romántico de las bandas en carretera, que componen sin descanso en los interludios, disfrutan del violento éxtasis de la escena y se corren interminables juergas regadas de alcohol amenizadas por sexo y drogas. No, la realidad es mucho más sosa, más triste y menos excitante. Que los jóvenes se lancen a la carretera es connatural a sus pasiones, pues buscan precisamente estimularlas, pero también es lo más habitual que pasado un tiempo las abandonen o las cambien por otras.

¿Y qué interés –tiene derecho a preguntarse el lego- puede tener un documental que narra las desventuras de una banda de rock que apenas ha alcanzado la fama y que no hace sino mostrar su quehacer diario en ocasiones obnubilado por los delirios de grandeza del más emocionalmente juvenil de sus miembros.

Pues precisamente porque siguiendo la argumentación anterior, Anvil no han abandonado esa pasión juvenil y esa búsqueda de emociones desaforadas, y quizá en ello tenga que ver el hecho de que lo que realmente los alimenta es su amor a la música por encima de todo, éxito incluido, aunque no por ello puede decirse que no sueñen con llenar estadios y dejar de repartir comida a domicilio o hacer de machaca.

AnvilEl punto fuerte del documental es, por tanto, esa honestidad con que se nos muestra el esquizoide proceso de soñar despierto cada vez que se empuña una guitarra o se aporrea una batería, y que resulta especialmente familiar a todos aquellos que hemos vivido el proceso de fundar, disfrutar y sufrir una banda de rock.

Anvil, hace de su sinceridad bandera pero a la vez dista mucho de ser un retrato inocente o amable: muestra bien claramente, desde la perspectiva atroz de la decrepitud de una banda cuan cruel es el mercado discográfico y cómo gracias a esto el dinero abre caprichosamente puertas que siempre estuvieron cerradas: el disco que decide lanzar una multinacional, no necesita de calidad musical para triunfar; un trabajo cuya calidad musical este por encima de la media pero que no encuentre financiación, está más que condenado al fracaso. Producción, tendencia, edad, interés económico y no necesariamente talento, son las cuatro variables que hoy día determinan el éxito de un álbum.

Pero el documental muestra también, con habilidad sorprendente, cuantas alimañas pueblan el ocio nocturno aprovechándose del trabajo de artistas que normalmente son demasiado jóvenes para protestar o defenderse, y qué difícil es la convivencia entre artistas a la hora de alumbrar un trabajo en el que todos han de colaborar procurando que no despunten los egos. Nadie dijo nunca que un parto fuese fácil, pero desde luego parece mucho más trabajoso cuando hay cuatro madres intentando parir la criatura.

Puedo dar fe de que la grabación de un disco se parece mucho a ese proceso.

AnvilPor último y quizá por ello más importante, Anvil no deja de abrir una puerta a la esperanza que muchos han vislumbrado hace tiempo y que consiste precisamente en eliminar el más frustrante de los caminos que debe seguir una banda de rock para alcanzar el éxito: el peregrinaje por las discográficas, Via crucis con el que debiera acabar la autopromoción por Internet, tal y como han hecho, por ejemplo grupos de indudable caché como Radiohead.

A Anvil les dio resultado. Cabe decir que no sólo gracias a eso, sino también al hecho de darse a conocer gracias a una mano amiga mediante este fantástico documental, han conseguido alcanzar esa fama que tanto tiempo anhelaron.

Ello demuestra sin duda dos cosas: Una, lo mejor de una banda son siempre sus fans, y dos, el cine es y siempre será mágico, una fábrica de sueños.



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