Juan Alejandro Ramírez, “el poeta de los oprimidos

Por María Paula Ríos


En el marco del VIII Festival de Cine de Cuenca en Ecuador tuve la posibilidad de realizarle una breve entrevista al realizador peruano Juan Alejandro Ramírez. En el mismo hubo un foco del cineasta donde se proyectaron varias de sus películas. A modo de introducción de la entrevista les presento una breve reseña sobre la vida de este lírico director que bien lo saben llamar “el poeta de los oprimidos”.

Juan Alejandro nació en Arequipa, Perú y estudió Antropología en la Universidad de San Marcos. Allí es becado para hacer un posgrado en Estados Unidos, luego viaja a África y pasa un tiempo en México, entretanto realiza cursos de antropología visual. En la actualidad reside en Nueva York.

Este cineasta posee un particular método de trabajo: él mismo produce, edita, filma, narra y musicaliza sus obras, es un artesano del cine; e interpreta de un modo singular el género documental. Según sus propias palabras: “Lo que yo hago no es lo que tradicionalmente se considera documental. Yo trabajo en base a un guión pero no tengo actores, la gente es real….Uno sin pretensiones puede acercarse a una `verdad´ que no se basa enteramente en cifras o `hechos´, sino en destellos de emotividad y en la capacidad de inspirar sensaciones pasajeras de claridad”. Justamente porque su trabajo destila emotividad y está teñido de una nostálgica poesía, es que trasciende el mero registro documental.

Su filmografía oscila entre medios y cortometrajes, y comienza por los años 90:
    Hecho a mano, 1990
    Todo o nada, 1993
    Me dicen Yovo, 1995
    Muy lejos de aquí, 1999
    Sólo un cargador, 2003
    Alguna tristeza, 2006
    Diario del fin, 2009

Juan Alejandro Ramírez

María Paula Ríos¿Cuándo sentiste la necesidad de comenzar a hacer películas?

Juan Alejandro Ramírez — Mi tránsito hacia el cine viene de una combinación de habilidades, intereses y pasiones que, agregadas a las humanidades y la introspección, hicieron mi paso hacia al cine (que practico) relativamente fácil. Algo muy importante es el haber encontrado la posibilidad de presentar en un medio rico en elementos formales, una aproximación a como se siente algo mientras ofrezco mi visión sobre algo que me inquieta. Tratando de acercarme así de paso, a lo que Herzog llama “verdad poética”, versus la verdad de la ciencias sociales que tienen una naturaleza mas concreta. Jamás he hecho “documentos” en si. Trabajo un estilo híbrido que no ancla ni en la ficción ni en la realidad. Para mí es sólo cinema.

¿Crees que el ser antropólogo influye en tu modo de hacer cine?

— Es posible. Pienso que mis películas son híbridos, no son cinema verité, ni “documentaciones”. En verdad nunca me ha interesado "documentar", eso lo pueden hacer y lo hacen todos los días y muy bien, un historiador, un economista o un periodista. Me interesa sobre todo usar la capacidad que tiene el cine de proyectar, aunque brevemente, pequeños momentos de claridad. Me interesa hacer el retrato de condiciones y no personajes, ir sumando elemento tras elemento para llegar a una conclusión poética sobre algo en lo que me parece tengo una visión. No confío en las propuestas que se reclaman poseedoras de una verdad final pues no creo que estas existan y mucho menos en el cine. Otra vez, veo que Herzog (y su Declaracion de Minessotta) tiene razón cuando afirma que el cinema verité carece de verité y por lo tanto “solo alcanza una verdad superficial: la verdad de los contadores”.

A pesar de vivir en otro país, en tu filmografía está siempre presente Perú, ¿Cómo se liga este hecho con esa recurrencia a la melancolía y el desarraigo que vemos en tus filmes?

— Porque es lo que conozco mejor y lo he vivido desde siempre. Curiosamente, el vivir en otras partes del mundo solo me ha recordado de donde vengo. Esto, al tropezar continuamente con referentes muy similares a los nuestros en lugares muy distantes y remotos. Así, no es un misterio que mis trabajos terminen apuntando siempre a una serie de universales del ser humano, más que a hechos específicos, personas, o temas coyunturales de algún país en particular. Por otro lado, jamás he emigrado del Perú y, así, la única residencia (y pasaporte) que tengo es la peruana. Nunca he buscado ser ciudadano de otro país y continúo con visas. Viajo un promedio de dos veces al año al Perú y leo constantemente literatura académica y periodística sobre el Perú y Latinoamérica. Así, el tal "alejamiento" es, con las justas, medianamente físico.

La emotividad y la poesía que transmiten las imágenes en tus películas, son uno de tus sellos personales. ¿Cómo logras enlazar estos sentimientos con el registro documental?

— Pienso que una actividad que se reclame como “arte” debe de conmover o por lo menos aspirar a esto ya que es parte integral de su naturaleza al ser el cine un medio de gran carga abstracta. La emotividad es por lo tanto para mí una cualidad ineludible. Pero también me ayuda mucho la gran libertad de decisión que tengo para trabajar. Aunque filmo en celuloide de 16 mm y poquísimo material, nunca he filmado más de dos horas en alguno de mis proyectos; trato de hacer todo lo que puedo por cuenta propia. Trabajo el guión, cámara, sonido, montaje y musicalización completa de mis películas. También es importante señalar que me tiene sin cuidado cual será la duración final de mi película, ni los formatos de exhibición que exige la televisión. Lo que claro, produce indiferencia por parte de los distribuidores… Pero jamás decidí lanzarme a hacer películas para sobrevivir del éxito comercial de ellas, ya que hay formas mucho más fáciles de ganarse la vida. Estos inconvenientes son para mí el precio que debo pagar para poder conservar un buen nivel de soltura creativa. Me he acostumbrado a esta modalidad y no quiero perderla, con todas las privaciones y “tormentos” que implican, al punto que ahora no veo que pueda hacer lo que hago, de otra manera.

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